El hombre del piano (historia de micro.viaje)
La, lai, lara lalaaa
larai lara la lara...
Caminó un poco e hizo parar el bus. Cuando éste paró y le abrio la puerta, en tono un poco avergonzado, preguntó - Disculpe señor conductor, ¿podría subir a cantar? - El chofer aceptó.
Extraño. He visto muchos cantautores de "micro". Adultos, jóvenes, incluso niños, pero siempre hombres. Ahora era una mujer, de unos cuarenta años, de pelo corto y muchos rizos y ojos claros.
Comenzó. Sin instrumento más que una voz entrenada por sí sola, sin escuela, sin maestros ni partituras, su voz potente, entonada, hacía que la canción llegara muy hondo dentro de quien la escuchaba. Por supuesto, su calidad natural era evidente por los espacios que se daba para tomar aire en medio de la canción (pero estoy segura que con algunas clases sería perfecta), mas aún así, ni eso ni el contexto le quitaban solemnidad a la interpretación.
Me emocioné, el pecho se sentía raro. Inclusive, fué automático el como mi mano intentó buscar algunas monedas dentro del bolsillo de mi chaqueta ante las primeras notas.
Terminó de cantar, contó algo de su vida, el porqué se habia decidido a cantar en los buses. Motivos solemnes, que la hacían tener su dignidad bien en alto, aunque tal vez no era ese el trabajo que esa viuda, con una pequeña enferma hubiese deseado tener. Pasó haciendo colecta, y me lamenté no tener más que algunas monedas en la mano. Una vez terminó, y un poco antes de bajar, para repetir su rutina con el próximo bus que pasara, le pregunté como se llamaba la canción.
- El hombre del piano - me dijo un poco sorprendida del interés.
Bajó, y yo seguí en el bus recordando la canción, para volver a escucharla y con ella a esa cantante de ojos melancólicos.
Extraño. He visto muchos cantautores de "micro". Adultos, jóvenes, incluso niños, pero siempre hombres. Ahora era una mujer, de unos cuarenta años, de pelo corto y muchos rizos y ojos claros.
Comenzó. Sin instrumento más que una voz entrenada por sí sola, sin escuela, sin maestros ni partituras, su voz potente, entonada, hacía que la canción llegara muy hondo dentro de quien la escuchaba. Por supuesto, su calidad natural era evidente por los espacios que se daba para tomar aire en medio de la canción (pero estoy segura que con algunas clases sería perfecta), mas aún así, ni eso ni el contexto le quitaban solemnidad a la interpretación.
Me emocioné, el pecho se sentía raro. Inclusive, fué automático el como mi mano intentó buscar algunas monedas dentro del bolsillo de mi chaqueta ante las primeras notas.
Terminó de cantar, contó algo de su vida, el porqué se habia decidido a cantar en los buses. Motivos solemnes, que la hacían tener su dignidad bien en alto, aunque tal vez no era ese el trabajo que esa viuda, con una pequeña enferma hubiese deseado tener. Pasó haciendo colecta, y me lamenté no tener más que algunas monedas en la mano. Una vez terminó, y un poco antes de bajar, para repetir su rutina con el próximo bus que pasara, le pregunté como se llamaba la canción.
- El hombre del piano - me dijo un poco sorprendida del interés.
Bajó, y yo seguí en el bus recordando la canción, para volver a escucharla y con ella a esa cantante de ojos melancólicos.
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